La primera ovación fue en su aria luego de conocida la noticia de la muerte de su hijo. Luego, al final, estalló la euforia con "pataditas", público de pie, flores lanzadas desde lo alto, todo para premiar una nueva actuación de la soprano Verónica Villarroel, quien, superando los problemas de salud, logra conmover profundamente. Verónica no se limita a cantar el papel: simplemente lo vive. Lentamente pasa de ser una monja más del convento a ir creciendo y adueñándose de la escena para concluir en los desgarrados lamentos previos a su muerte.Si bien la cantante está convaleciente y midió la extensión de algunos de sus agudos, el hermoso y cálido timbre de su voz, que mantiene parejo en toda la tesitura, asume la fuerza completa del texto, con gran dominio de los contrastes dinámicos e inflexiones, además de un contundente dominio actoral. Su salida del locutorio, con la...