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María Luisa Geisse de Pinilla
Ser sobrino de la Tía Malucha nunca fue fácil.
Ella fue un pilar fundamental de nuestra familia y de cada una de las familias que la componen. Su presencia se sentía siempre. Se oían sus bromas, sus gritos y su risa. También esa particular forma que tenía para mostrarse: pensando y definiendo cada detalle. Cuando nos tocaba visitar su casa, era obvio que ese día iba a ser diferente, era un evento en sí mismo, un mundo nuevo, con su propia geografía y paisaje. Tuvimos la suerte de ver cómo ella hacia de la Navidad o un domingo cualquiera, una fiesta, un espectáculo único e inolvidable.
Hoy no podría explicar de dónde sacó ese talento para saber en qué estaba cada uno de nosotros. Tanto como cuando éramos niños, como cuando fuimos creciendo. La tía Malucha tenía relaciones personales con cada uno de nosotros. Se las arregló siempre...