Cuando vienes del fin del mundo, de un país como Chile, estar en Cannes -en calidad de reportero y crítico de cine- es también soñar estar en Cannes.Es un sueño cumplido caminar por la Croisette el primer día que te bajas del avión, molido por 18 horas de vuelo, a buscar tu credencial de prensa al Palais des Festivals. Es como andar entre medio dormido y medio despierto, no tanto por la fatiga como por el efecto del jet lag.El maldito jet lag.Son seis horas de diferencia entre Chile y Francia y cuando son las 8:30 de la mañana al comienzo del primer y sagrado screening de prensa en el Théâtre Lumière, son las 2:30 de la madrugada en mi país. No es tanta la diferencia, me digo mentalmente, entusiasmado, excitado. Y tras un par de ajetreados días, cuando no paras de ver películas, hacer críticas, entrevistar directores y actores, escribir esas entrevistas, dictarlas o...