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Mi abuelo, por lo que me contó mi madre (porque la única vez que yo lo vi personalmente fue a través de un vidrio, antes de que lo enterraran), siempre decía que harto reclama uno cuando se meten en su vida, pero pucha que es bueno uno también para opinar de la del resto. Como sea, aunque no lo hubiera dicho nadie en particular, es bastante cierto, y obvio, si nos ponemos algo más agudos. El caso de nuestro amigo Diógenes - sí, así se llama- resulta particularmente emblemático. Acostumbrados a juntarnos en grupo, al buen Dioge nadie podía reclamarle que llegara siempre con la Loreto. Cuando yo los conocí, llevaban como dos años juntos.
Pasamos buenos momentos, cómo no. Sobre todo cuando la Loreto se enfermaba y - delicada ella- no iba a ninguna parte. Mi aversión a la Loreto comenzó de a poco, la verdad. Al principio, era una más de cada reunión, quien sabía dónde...