Hace algunos años, algo más de quince, un amigo y yo decidimos incluir en el programa de actividades sociales neoyorquinas la convocatoria de una serie de almuerzos con invitado sorpresa; la idea parecía suficientemente divertida para febrero, el mes más aburrido en Nueva York, así que mi amigo y yo invitamos a otros cuatro amigos a un almuerzo en un departamento. La idea consistía en que cada uno de los seis comensales aportase un invitado adicional, un invitado "misterioso", de ser posible alguien interesante y famoso, pero al que el resto de los comensales, o al menos la mayor parte de éstos, no conociera personalmente. Yo elegí al doctor J. Robert Oppenheimer, pero ya tenía un compromiso; la verdad es que ya no recuerdo a quién llevé.Pero sí recuerdo el aporte de Lady Keith, que era en aquel entonces la señora Leland Hayward. Lady Keith, a la que sus amigos llaman Slim,...