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Hernán Poblete Varas
Elizabeth Parker y su marido, el pediatra David Beck, se aman profudamente, con un amor que viene desde sus tiempos de colegiales, en las aulas de lo que aquí llamamos básica. Año a año, en la casa que Beck heredó de su abuelo, junto al solitario lago Charmaine, celebran el aniversario de un primer beso infantil marcando una nueva línea bajo las iniciales grabadas en la corteza de una árbol. Ella considera muy romántico el gesto evocador. Piensa él que es sólo una cursilería que se ha convertido en tradición. Y hay que respetarla. Y ahí están, pues, aquel crepúsculo, junto al árbol, junto al lago que invita. Se bañan desnudos. Ella es la primera en salir, corriendo por la arena; él se demora tratando de dominar un tronco flotante que intenta usar como balsa. Y entonces...
Lo último que David Beck recuerda es el garrotazo en el cráneo y, días...