Por Ana Callejas B. Hubo un momento en que Eduardo Vargas Rojas ya no quería más. No es que le hayan dicho que iba a vivir en un palacio, pero tampoco imaginó que Calama fuera tan feo ni que la casa de juveniles de Cobreloa le provocara unas ganas insoportables de volver a su hogar, en la población Viña del Mar de Renca. Así que llama a su familia en Santiago y les dice que no, que no cree, que no puede, que quizá ya no deba seguir en esto del fútbol. Pamela Rojas, su madre, oye cada palabra entrecortada por las lágrimas de un Eduardo Vargas de 15 años que está colapsado por esa ciudad polvorienta, por estar lejos de su familia, por no saber si algún día formará parte del equipo titular, por vivir hacinado comiendo pan con lo que sea.Sus padres, con quienes habla todos los días por celular y a los que no ve desde hace meses, saben que habla en serio, pero saben también...