A rturo está sentado en los peldaños de una escalera que hace de entrada a su casa. Le falta su pierna derecha. “Me la amputaron hace tres meses. Tuve una trombosis”, dice. Su mano derecha también está en peligro y para saludar debe levantársela él mismo y dirigirla con la izquierda. Tiene 72 años y es el padre de Agustín Delgado, goleador histórico de la selección ecuatoriana de fútbol. Su piel, como la de su hijo y la de todos los habitantes de El Juncal, es negra.El pueblo es chico, no hay más de doscientas viviendas, y parece recién salido de un bombardeo. Hay murallas en el suelo, fachadas a medio terminar y construcciones abandonadas. Sólo la iglesia y el consultorio médico, que se financió con la ayuda del Tin Delgado, están enteros.Quito, la capital del país, a 150 kilómetros por un camino que culebrea entre los cerros, no es más que un susurro en este...