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Texto Marcela Recabarren M.
Francisca Jiménez, 29 años, está sentada en el living de su departamento, pero tiene el oído puesto en la pieza de Vicente, su único hijo, un niño de pelo rubio y ondulado, con dos dientes a la vista, que acaba de cumplir un año y llora en su cuna. Son las ocho y media de la tarde y Vicente ya comió un colado de pescado, tomó jugo, se bañó con su barco y su pato de goma, escuchó un cuento, recibió un beso de buenas noches de su mamá y su papá, Guillermo Guerrero, y se acostó. Pero Vicente no quiere dormir y su llanto retumba en la casa. Hasta hace tres semanas no se hubiera calmado a menos que lo rescataran de la cuna. Hoy la historia tendrá otro final, porque sus padres han aprendido a manejar la situación.
El llanto nocturno es un problema frecuente. El noventa por ciento de los niños menores de tres años que llega al Centro Médico...
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MARÍA PAZ CARVAJAL
Tan habitual es el tema que hasta fue tratado en el filme Buscando a Nemo: el amor de padres a veces hace que se pasen la vida evitando que algo malo les ocurra a sus hijos.
En invierno, los abrigan en exceso; en verano, les piden que no se mojen; en toda época, que no se agiten tanto, que no transpiren, que no hagan locuras. Pero las enfermedades y accidentes tarde o temprano llegan y ahí es cuando, tanto padres como hijos, empiezan a crecer.
Durante sus tres primeros años, Belén ha vivido sufriendo todo tipo de cuadros respiratorios que de a poco han tensionado a sus progenitores. Su mamá, Gina Pincheira, comenta que al papá le cambia la cara y el tono de voz cada vez que tose, se irrita porque sabe que habrá que pasar por todo de nuevo. Entonces empieza a presionar, que 'pide hora al médico, que insiste; que mira, todavía no le baja la fiebre'...