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Por Cecilia Valdés Urrutia
Para apreciar y comprender mejor el llamado arte quiteño y en particular ahora las hermosas imágenes que se exhiben en el Museo de San Francisco, hay que dejar de lado la visión de hoy e internarse en el pasado: remontarse a la realidad histórica de esos siglos coloniales, al encuentro entre europeos e indígenas, a un sincretismo que se vuelve protagónico.
El gran valor e interés del arte quiteño es el de haberse manifestado con un lenguaje propio, a pesar de orientarse hacia la creación europea. La interpretación singular de los cánones estéticos e iconográficos venidos del viejo mundo y lamaestría de los imagineros de Quito hicieron posible una estética única.
Ese genial talento de sus artistas y sobre todo de sus escultores en madera policromada integra uno de los capítulos más importantes en el desarrollo del arte latinoamericano.