ELENA IRARRÁZABAL S. Cuentan que la casa de Fernando Márquez de Plata era un buen reflejo de la personalidad y los estudios del arqueólogo. Un hombre que estudió en Madrid, que presenció el descubrimiento de las pinturas rupestres de Altamira, que amaba la ciudad de Roma, y que estudió con pasión las momias egipcias. Pero que también gozaba apreciando el trabajo en metales de reminiscencias árabes en un estribo chileno -la "ataujía"-, o la factura de una tinaja.De carácter discreto y quitado de bulla -no vendía sus libros, sino que los distribuía entre sus conocidos-, Márquez de la Plata era un hombre tímido que pasaba mucho tiempo en su casa. Y allí, en los pasillos y piezas de su residencia, estaba su mundo: los sarcófagos de momias egipcias, las pinturas italianas, los muebles coloniales y hasta una silla de mano del siglo XVII, que se usaba en Chile para trasladar...