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Por María Paz Cuevas, Desde Talca. El teléfono fijo suena, pero no lo contesta. Cuando suena el timbre, tampoco abre la puerta. La técnico-paramédica Ana Méndez no quiere estar en contacto con mucha gente. Pasa los días así, como está hoy: sentada en la cocina enorme e impecable de su casa en Talca con las cortinas de vuelos cerradas. Con una mueca de pena en el rostro, los anteojos en la punta de la nariz, está sola en casa como la mayoría de los días. Un par de estampitas de Jesús y del padre Pío están en las paredes de la cocina. La casa es ordenada, pulcra y oscura. Hace calor. Y Ana, alta, sin maquillaje, ojos brillantes, dice que está con una depresión enorme, pero que no tiene previsión para ir a un psiquiatra. Que no sale mucho a la calle. Que desde abril de 2010, cuando fue dada de baja del hospital de Talca donde aún seguía trabajando como paramédica,...