C uando murió Renato González Moraga, el jueves 8 de junio de 1989, silenciosamente, a la hora de la siesta, al día siguiente Marco Antonio Cumsille escribió en el diario “La Época” que su legado perduraría por siempre, “mucho más allá de las largas noches de invierno”, aludiendo así a las palabras con que el propio González despidiera en la revista Estadio, en otro junio, el Campeonato Mundial de 1962.Lejos de cumplirse el vaticinio, este hombre, que se daba el lujo de decirle con cariño e ironía a su discípulo Julio Martínez que “felizmente lo perfecto no existe, porque si existiera usted sería el perfecto imbécil”, empezó a caer inexorablemente en el olvido. A veinte años de su partida apenas lo recuerdan los antiguos, aquellos que, como él, están a mitad de camino entre el ser y la nada, ese título de Sartre que a su modo se convirtió en eslogan y...