CECILIA VALDÉS URRUTIA
Si no hubiera existido el retrato en la antigüedad clásica, no habríamos tenido la oportunidad de conocer hoy los rostros y el físico de emperadores romanos como Pompeyo, Augusto, Nerón y Tito. Y, además, como señalara el eximio historiador del arte británico Ernst Gombrich: "¡conocerlos como si hubiéramos visto sus rostros en un noticiero!".
En el Renacimiento floreció nuevamente este género artístico como reconocimiento y difusión del estatus del retratado: la mayoría reyes y príncipes, prelados, artistas y altos burgueses. En diversas épocas ha servido, por cierto, para ensalzar los egos y para mejorar, incluso, el aspecto físico y hasta "monetario" del sujeto en cuestión.
Pero el retrato responde también a las corrientes artísticas de su época, al lenguaje visual imperante. Y al ambiente histórico y social. Entre sus maestros...