GASPAR RAMÍREZ Un bidón de bencina, un fósforo, un joven desesperado. El 17 de diciembre pasado el tunecino Mohamed Bouazizi no aguanto más. Sin quererlo decidió el destino de su país y quizás de varios gobiernos de Medio Oriente y del norte de África que incrédulos ven cómo el poder se les escurre por culpa de una chispa.Quemarse a lo bonzo, esa protesta extrema que tiene que ver más con otras culturas que con el islamismo, y que hoy es normal en Egipto, Argelia, Yemen, Sudán, Mauritania y Túnez. Algunos mueren en el intento, otros quedan gravemente heridos.Y todo partió una mañana cualquiera en un pueblo cualquiera.El 17 de diciembre Bouazizi salió temprano con su carrito verdulero por Sidi Bouzid, una ciudad chica en el centro de Túnez. La policía solía acosarlo, presionarlo hasta que soltara algún billete. A veces pagaba, ese día no. Dos agentes lo patearon,...