| Ver más »
Pedro Urzúa Meyer
Hace cinco años, en una mañana de sábado como hoy, Santiago recibía un soleado día de otoño, y muchos se preparaban para disfrutar un fin de semana en familia. Yo, en cambio, acompañaba a mi papá que despedía su existencia terrenal producto de una fulminante enfermedad, desatando con ello un dolor que aún cuesta curar. Sin embargo, estos cinco años, difíciles, por cierto, han sido la luz de un aprendizaje constante basado en su imborrable imagen, esa que irradiaba cariño y amistad, que tenía rostro de sonrisa y manos llenas de dulzura; en definitiva, esa imagen con distinción de hombre bueno que todos quienes lo despidieron supieron reconocer.
Cinco años resultan pocos días en el calendario universal, pero cinco años en nuestra pequeña familia son una fotografía perfecta de aprender en el dolor de no tenerlo, de aprender a reír en su ausencia, a...